Victoria de Durango, Dgo. A 7 de febrero de 2013.
Carta a mis
nietos:
Espero aún tengan la dicha de conocer lo más representativo de la vida, los
árboles. No sé si han llegado a
conocerlos o no, pero espero que sí, de
otra manera les pido una disculpa por ser una de las personas que contribuyó
para que las nuevas generaciones (incluidos ustedes) no los conocieran.
Permítanme platicarles acerca de lo que algún día llamamos árboles. Figuras
frondosas de tallos altos algunos y otros de tallo pequeño, de hojas grandes o
chicas, de diferente aspecto cada
estación del año: en primavera; reverdecían de un color hermoso y se alegraban después de
haber dejado atrás el frío, en verano;
algunos árboles comenzaban a dar fruta, en otoño; su color verde iba transformándose
poco a poco a rojizo y las hojas comenzaban a caérseles (sólo a algunos) y en invierno;
sus hojas se habían caído en su totalidad. Algo asombroso también de ellos, era
que todas las mañanas brillaban con el rocío del amanecer, gotitas de agua que
parecían pequeños diamantes incrustados en las hojas los cuales brillaban con
el sol. Debido a esto me gustaban mucho y no es por presumirles, pero en ellos
jugué gran parte de mi infancia. Los árboles eran criaturas naturales que
variaban de forma, algunos de ellos tenían muchas ramas, las cuales yo tomaba
por escalones y las utilizaba para trepar hasta lo más alto. Varias veces me
imaginé en la torre de un castillo, era fascinante. Aunque claro, los árboles
no solo servían para jugar. Eran también los encargados de absorber dióxido de
carbono e intercambiárnoslo por oxígeno.
Además, muchos animales se servían de ellos como refugio, tanto las aves
como los animales terrestres. ¿Pero quieren saber algo? Lo que más me gustaba
de ellos era lo hermoso que se veían, en cualquier lugar que estuvieran
adornaban de una manera sin igual que transmitía paz, relajación, alegría y
vida.
Algo que tengo que aclarar es que no todos los arboles eran iguales,
variaban sus características según el lugar donde estuvieran, dependiendo más
del clima y el tipo de suelo. Mis favoritos eran los de los valles y bosques,
tanto por su olor (que lamento no poderles describir pues no encuentro las
palabras de cómo hablar sobre algo que ni siquiera podemos tocar) como el color
de sus hojas. Algunos de ellos daban frutas y una gran variedad de hojas de
distintos árboles servían para preparar tés medicinales.
Si se dan cuenta, eran muchos los beneficios que nos daban, desde una
sensación de tranquilidad hasta la posibilidad de mantener o mejorar nuestra
salud, pero debido a eso, nos los terminamos. Tristemente la humanidad ha
demostrado que es más grande su necesidad de abastecerse (muchas veces
injustificada) que sus valores de respeto y cuidado tanto de la vida como todo
lo que la rodea. No se sorprendan entonces, de ahora tener una vida tan
deprimente, ¿cómo lo sé? Quién podría vivir con un aire impuro que respirar,
sin una sombra acogedora en la cual poderse sentar a descansar, sin frutas que
comer, sin que los animalitos tengan un lugar donde vivir… En estos momentos me
han de odiar, y no los culpo, yo y otros más les quitamos la oportunidad de
vivir todo eso e incluso más.
No tengo cara para pedirles algo, pero si aún queda un árbol por ahí
cuídenlo de la manera en que nosotros no lo hicimos. Si ya no queda nada…
Perdón. Si su enojo conmigo les permite conservar esta carta, háganlo, quizá no
porque la escribí yo, su abuela que aunque no lo crean, los ama, sino por el
contenido que guardan estos renglones, el recuerdo escrito de lo que fueron los
árboles y por el hecho de que las hojas que están pegadas en las hojas de papel
(que incluso provinieron de los árboles) son hojas de distintos árboles y unas
cuantas ramitas de los mismos.
Quizá no les permití conocer los árboles, pero con mis recuerdos les di
algo que quizá los hará valorarlos más de lo que lo hicimos nosotros.
Es entonces, que muy apenada y deseando regresar el tiempo atrás, se
despide de ustedes su abuela:
Brenda Daniela Galindo Bautista.
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