lunes, 18 de marzo de 2013 | By: Unknown

La única primera vez...

En esta ocasión me tocaba escribir sobre la primera vez que me encontré con la lectura, pero lo difícil no era eso, sino que después de escuchar el emocionante relato de la primera vez que mi profesor escribió un libro, cualquier cosa que escribía me parecía banal, por más que quería sacar ese Shakespeare que todos deberíamos llevar dentro no podía, en realidad no se si pude, lo único que se es que logre relatar mi única primera vez, y he aquí la narración de aquel suceso. 

Hace mucho tiempo, y aclaro que este no es el comienzo de otro cuento más sobre doncellas vulnerables y príncipes que las rescatan con cualquier acción romántica, este es el comienzo de mi anécdota en la que al igual que muchos otros, escuche la frase “para todo hay una primera vez”, y es cierto siempre existe esa primera vez, esa única vez, en la que descubres algo nuevo, un nuevo mundo, una nueva sensación y porque no una historia desconocida, tanto que se vuelve un reto descubrirla.
Porque al final de cuantas la vida está llena de desafíos, y en mi caso tuve que combatir para encontrarme por primera vez con la lectura. Si, ya sé que esto puede sonar exagerado, pero cuando tienes 6 años cualquier situación genera una nueva aventura.
Pues bien, mi aventura inició un día como cualquier otro, cuando alguien trajo un par de libros completamente desconocidos para mí, eran dos pequeñines que yo tenía que conocer. Pero esta no fue una tarea sencilla, nunca comprendí que sentido tenía que tuviera visitas en casa si no podía conocerlas. Así es las páginas de ese par de libros estaban prohibidas, para mí, eran un tesoro invaluable que había que proteger de todos, incluso de la única pequeña de la casa que se interesaba por viajar y conocer todos los mundos y personajes que encerraban esas páginas. Todos os protegían de mí y de las heridas que pudiera causarles. Pero fue imposible que los alejaran de mí para siempre, al final llego el día en que cayeron las barreras y me reuní con esos pequeñines que tenían un gran número de historias que contarme, ya fuera en rima o en prosa, todas eran fascinantes, todas me enseñaron algo nuevo. Sofía me mostró que debía compartir mis cosas, un rey desconocido me enseño que solo la persona indicada te puede sacar una sonrisa verdadera, y de vez en cuando aún visito Grisálida, esa ciudad gris y triste en la que podía y puedo refugiarme.
Lo que duele es que un día simplemente me aleje de mis amigos de la infancia, de mis colegas de aventuras, ahora están lastimados y llenos de cicatrices, las vendas de sus fracturas son solo un trozo de cinta adhesiva, tal vez lo correcto era que los cuidarán de mí, hasta ahora empiezo a comprenderlo, ahora solo puedo decir que estos pequeñines deben jugar con alguien más, yo estaré ahí para acompañarlos, pero ya no será tan fácil que me dejen andar por sus hojas.
 Tengo que decir que mi primera vez con la lectura fue la mejor para mí, fue todo lo que una niña de mi edad pudo pedir, pero lo más importante es que esa fue mi única primera vez.

Poeta zombie: Esdene E. Estrada

   
  

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